“Si te parece que sabes mucho y entiendes mucho, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras.”
Thomas De Kempis (1380-1471) Fraile alemán
Como en casi todos los viajes, lo que más se disfruta siempre es el trayecto. El destino siempre pudo esperar, y al contrario que en el poema de Kavafis, Ítaca nunca estuvo en nuestra mente.
Pero henos aquí, acabando de atracar, ya viejos, en la isla, y como pronosticara el poeta de Alejandría, enriquecidos con el botín de la experiencia adquirida en la travesía.
Sí, yo también pedí que el viaje fuera largo, copioso en aventuras y hermosas mercancías, pero el tiempo no entiende de poéticas, siempre ha sido un gobernante más déspota que generoso, y cuando nos parecía estar alcanzando - rozando con la punta de los dedos- la esquiva esencia de la madurez, gozando de la serena plenitud sonora que nos transmitía el mar en calma, nos hace arribar a puerto y disponernos prestos a anclar la nave.
Es ahora cuando comprendes que, aunque Ítaca nunca estuvo en tu mente, fue el pretexto para emprender esta aventura, que ya se empieza a recordar con la nostalgia con la que los marinos rememoran el vaivén de las olas, el viento sacudiendo las velas o la siempre huidiza línea azul del horizonte.
Como ocurre en las largas travesías, hubo noches de tormenta en las que la cubierta se estremecía y hubo que soltar amarras, no sin antes asistir con perplejidad al naufragio de leyes orgánicas, interminables sesiones de evaluación, infructuosos consejos escolares, o borradores de programaciones imposibles que el viento implacable deshacía convirtiéndolos casi en jirones de pesadilla nocturna.
Pero el mástil, aunque azotado por la inclemente borrasca, erguido permanecía. Ya nos recomendó el poeta que nunca había que temer a los cíclopes ni al fiero Poseidón, pues no los verás si mantienes alto el ideal, si tu alma no los imagina.
En cada puerto que llegábamos, aprendíamos de los sabios que allí había, y aprendimos a valorar sus enseñanzas, a cuidar con esmero la preciada mercancía, -nácar, coral, ámbar y ébano- que se nos ofrecía.
Post Scriptum navegable
Si de este viaje, el alma se queda con lo que imagina, y lo que imagina es lo que de verdad ha vivido, como lo que se finge es lo que verdaderamente se siente, -que diría otro vate melancólico-, he de reconocer que esta profesión me ha dado más de lo que había podido imaginar.
Ahora ya puedo sentir lo que significan las Ítacas. Y en cada aula, a cada hora, he sentido el viento tras las ventanas, las olas entre los pupitres y la clase como una nave que se iba haciendo lentamente a la mar.
Si hemos conseguido enriquecer sus trayectorias vitales y marcar el rumbo de sus perspectivas profesionales, es que ha merecido la pena compartir el viaje con ellos y ellas: nuestros alumnos, el verdadero viento que hizo avanzar la nave durante esta larga travesía.