“Si he hecho descubrimientos invaluables ha sido más por tener paciencia que cualquier otro talento.”
Isaac Newton (1642-1727) Matemático y físico británico
… y yo seré la maestra. Esa frase la repetía cada vez que jugaba a las “casitas” con mis amigas.
En el campo siempre descubríamos algún trozo de pizarra lisa y reluciente, donde se guardaban todos los grabados que se nos ocurrían. Antes la habíamos colocado con esmero, como presidiendo una escuela imaginaria.
Todo esto que comenzó como un juego se convirtió más tarde en lo que tanta felicidad me ha proporcionado durante casi cuarenta años.
Hay que reconocer que nuestro sistema educativo ha evolucionado, pero en mi trayectoria hay algo que se ha mantenido intacto desde los comienzos: cercanía y respeto con el alumnado y sus familias. Siempre pensé que caminando en la misma dirección es más fácil, de vez en cuando, cogernos de la mano.
Ahora se me vienen a la mente mis “parvulitos” de Talaván (aún recuerdo casi todos sus nombre). Esa fue mi primera escuela, por eso un compañero mayor me decía en broma que en Talaván me habían hecho maestra.
Luego, a través del Patronato de Hurdes llegué a Asegur, una alquería de Nuñomoral. Atendí durante varios meses a 60 alumnos de 1º a 8º, hasta que por insistencia enviaron otro maestro, que hizo más ligera la tarea.
La convivencia allí fue muy gratificante en todos los aspectos.
Después, llegó Salorino, un auténtico reto para mí. Allí tenía que unir dos cosas que siempre respeté y quise muchísimo: mi trabajo y mi pueblo.
En todos los colegios a los niños y niñas se les empieza a tomar cariño en septiembre. Aquí ese trabajo estaba hecho: los alumnos eran los hijos de mis amigos, de mis familiares, de mis vecinos y para que no faltara nadie, estaban también… hasta mis hijos. La tarea era complicada: había que mantener un equilibrio especial entre el corazón y la cabeza.
Al principio, se les tendió un hilo fino pero muy firme entre el cariño y el respeto, por el que todos (hasta los más pequeñitos) aprendieron a caminar rápidamente. Ellos fueron los magníficos culpables de que “aquello” funcionara. Fueron trece años maravillosos con unas familias colaboradoras que entendieron que los maestros siempre desean para sus hijos lo mismo que ellos: lo mejor.
Y al final, llegó Cáceres. Después de tantos años trabajando en el ámbito rural, la ciudad “asustaba” un poco. Elegí el Colegio “Francisco Pizarro”, pionero en la Integración y que tenía un elevado número de alumnos con discapacidades físicas y psíquicas, ¡la tarea no se presentaba fácil!. Estaba en lo cierto, había bastante trabajo, pero en un ambiente extraordinario con unas relaciones humanas estupendas, unas familias muy colaboradoras… En fin, un clima propicio para ser feliz.
Allí aprendí muchas cosas importantes( ésas que no se estudian en los libros) especialmente en los últimos años que, como profesora de Pedagogía Terapéutica, atendí casos muy difíciles. Estos han sido para mí, en muchas ocasiones, mis verdaderos MAESTROS.