“Hay quienes se consideran perfectos, pero es sólo porque exigen menos de sí mismos.”
Hermann Hesse (1877-1962) Escritor de origen alemán
Creo que sólo algunos privilegiados podemos decir que nos hemos “ganado la vida” trabajando en aquello que nos apasiona, nos llena y nos hace felices y yo he sido uno de ellos.
La docencia ha sido mi vocación y dedicarme a ello durante treintaisiete años ha llenado plenamente mi vida profesional. Y más aún ser maestra de alumnos adultos a los que llegué, nada más empezar mi carrera profesional, de manera casual.
Ha sido muy gratificante para mí, desarrollar mi labor docente con este alumnado tan variopinto, pero a la vez, tan agradecido y en su mayoría tan ávido de saber.
Me he liberado con ellos cuando, poco a poco, día a día, les he ido descargando la mochila llena de complejos e inseguridades que cargaban a sus espaldas y que apenas les dejaban mirarme a los ojos.
Me siento orgullosa de habérselas vaciado de todo lo negativo y llenárselas de autoestima, para convertirse casi en niños y absorber como esponjas toda la información que les he dado, todos los contenidos que han ido asimilando y desarrollar las aptitudes que desconocían que tenían.
Indudablemente treintaisiete cursos son muchos, toda una vida y en tanto tiempo, he vivido en el aula, momentos difíciles, con alumnos también “difíciles”, o mejor prefiero denominarles “especiales”, que procedentes, en su mayoría del fracaso escolar, llegaban desganados, muchos, etiquetados desde muy pequeños y casi siempre obligados a venir al centro por sus padres. En estos casos me he revestido de paciencia, aunque la verdad, no me ha costado demasiado porque es innata en mí, he empatizado con ellos y actuado con muuucha “mano izquierda”, dándoles confianza, pero tirando siempre de la cuerda para que no la tensaran demasiado y tuvieran siempre muy claro qué lugar ocupaban ellos y qué lugar era el mío. Hoy me satisface cuando me los cruzo en la calle, me saludan y me cuentan que están trabajando, que han formado una familia y, en definitiva, que tienen una vida ordenada.
Pero... mi punto débil, mi talón de Aquiles son mis alumnas del grupo de “cultura”, llamado así porque se formó con este objetivo, con aprender por el placer de aprender, sin prisas, sin calendario, disfrutando de un poema, de un autor, de una charla de historia…
Lo formamos aproximadamente, hace unos veinticinco años y siempre les decía que tenían que seguir hasta que yo me jubilara, pues bien, yo llevo jubilada dos cursos y ellas, algunas ya octogenarias, continúan asistiendo a sus clases con la misma ilusión que el primer día. Claro que no es de extrañar, conociendo la pasta de la que están hechas estas queridas alumnas mías, mujeres fuertes, inteligentes que dedicaron su vida a los demás, fueron hijas, hermanas, esposas, madres…trabajando fuera y dentro de casa, algunas me contaban, que tenían que esconder el libro que estaban leyendo, para que sus padres no se lo requisaran, así se olvidaron de ellas mismas y aunque tarde, cuando ya sus padres fallecieron o sus hijos crecieron, vinieron al Centro de Adultos y se sintieron tan realizadas que se resisten a dejarlo.
¡cuanto las he echado de menos! Tanto que este curso hemos creado un taller de escritura/lectura y seguimos disfrutado con nuestros textos y autores preferidos.
Ejerciendo mi labor docente con ellas, mis alumnas de “cultura” y con todos y cada uno de mis alumnos, tantos y tan diferentes en edad, formación, intereses, actitudes, aptitudes… he sido muy feliz, me han dado mucho cariño y me han enseñado también mucho, por eso, siempre les estaré inmensamente agradecida.
M del Carmen Cárdenas Corral
Centro de adultos “El Pilar”
Villafranca de los Barros