“Saber mucho no es lo mismo que ser inteligente. La inteligencia no es sólo información, sino también juicio, la manera en que se recoge y maneja la información.”
Carl Sagan (1934-1996) Astrónomo y escritor estadounidense
Soy maestra. Y, jubilada como estoy, sigo siendo maestra. Lo fui durante 42 años y lo seré el resto de mi vida. Porque ser docente es más una forma de vida que un trabajo. Serlo ha impregnado mi vida constantemente. No se puede desligar cuando entiendes que todo aquello que haces, dices o piensas puede condicionar a otros en lo que hacen, piensan o dicen. Intentas medir palabras, acciones y sentimientos. No siempre lo consigues, lógicamente. Pero, al menos lo intentas.
Cuando has comprendido que un niño o una niña aprende de tu ejemplo más que de tus palabras, cuando sientes que lo que enseñas con cariño permanece más tiempo en la memoria del que aprende; cuando puedes ver, al paso de los años, a tus niños y niñas convertidos en hombres y mujeres de bien… Entonces te ves recompensada por las horas de sueño que perdiste preparando lecciones, por los días de fiesta que ignoraste buscando material, por las tardes de asueto que dedicaste a hacer excursiones, visitas, papeleo… Porque sabes que algo de tu misión se ha conseguido.
Tengo muchos recuerdos de toda una vida de maestra. Pondré unos pocos ejemplos. En Monesterio fui enviada por concurso en el año 1979. Tuve un curso de primero de E.G.B. Niños y niñas de seis-siete años. Al concluir marché a otra localidad. Aquellos niños y niñas de siete años, cuando cumplían 40 en el 2013, decidieron hacer su cena de aniversario. Y la “señorita Clara” fue invitada a esa cena de los 40. Eso supuso un orgullo para mí y un premio a mi carrera docente. Si después de 33 años, aquellos niños guardaban un buen recuerdo mío; no habría hecho las cosas muy mal.
Aunque tengo dos premios Joaquín Sama (1999, 2004) y alguna mención honorífica y varias publicaciones desde la Consejería de Educación; la cena de los 40 años de Monesterio supuso para mí un premio incomparable. No fueron compañeros o personas expertas que reconocen un trabajo o experiencia. Son los propios alumnos los que lo reconocen. Y ¿Qué más puede esperar un docente que el reconocimiento por parte de “sus niños”?
En Peloche me afinqué desde 1981. Ahí sigo viviendo, aunque desde 2008 hasta la jubilación he sido asesora de formación en el CPR de Talarrubias. De Peloche los recuerdos son constantes. He visto generaciones y generaciones de niños y niñas hacerse personas adultas. Y formo parte de sus vidas. Mi escuela de Peloche ha sido lugar de encuentro de la localidad. Los festivales, costumbres populares rescatadas, exposiciones…, acercaban la escuela a los habitantes y al revés. Toda una vida de intercambio entre niños y adultos. Aprendiendo los padres, por ejemplo, a conocer y amar Extremadura al tiempo que sus hijos.
Ser docente ha sido mi vocación y mi destino. Y abundan en la mochila de mi vida más recuerdos buenos. He conocido a grandes profesionales de los que intenté aprender a ser mejor persona y mejor docente.
Ser docente es una gran decisión.