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“Si me ofreciesen la sabiduría con la condición de guardarla para mí sin comunicarla a nadie, no la querría.”

Séneca (4 a. C. - 65) Filósofo y político romano

InicioTestimonios de una vidaAño 2020Diego Agúndez Gómez

Diego Agúndez Gómez

 

MEDIO SIGLO EN LA EDUCACIÓN

(1970-2020) Diego Agúndez

 

He tenido la oportunidad, dentro de mis actividades educativas, de asistir con alguna frecuencia a la jubilación de muchos docentes a las que he sido invitado, y a los que siempre dedicaba unas palabras.

Hoy soy yo quien se encuentra en esa situación de jubilado tras muchos años de dedicación al trabajo de la educación, primero como docente (10 años) y luego como inspector de educación (40 años).

Creo que una celebración por jubilación está impregnada por variados sentimientos que la colorean.

En primer lugar, aunque sea un fácil y simple tópico, por un sentimiento de alegría (júbilo), porque es una especie de meta con la que todos soñamos tras el trabajo que venimos haciendo a diario durante largo tiempo, pero que se vive a la vez con cierta nostalgia por el paso del tiempo y también por el recuerdo de muchos compañeros que hemos conocido y ya no están con nosotros.

En segundo lugar, por un sentimiento de solidaridad y amistad que los demás, familiares, compañeros y amigos te manifiestan en ese momento.

En tercer lugar, por un sentimiento de gratitud, más o menos expresado, por parte de responsables políticos, familias y otros agentes sociales que reconocen la dedicación y entrega del docente en su trabajo. Pero esta gratitud es también hacia los otros, aquellas personas que han marcado las huellas que hemos seguido y hacia las que volcamos nuestros recuerdos y agradecimientos.

Dice J. A. Marina que de los recuerdos de nuestra infancia emerge siempre la clara figura de una maestra o de un maestro, con quien tenemos una deuda de gratitud.

Este acto, en cierto modo, se justifica por la consideración de la administración de que a los jubilados se ha de hacer un reconocimiento por su trabajo durante tantos años educando a niños y adolescentes con esfuerzo y entrega, quizás también por compensar la escasa deferencia hacia ellos de otros agentes sociales.

No suele haber muchas manifestaciones de gratitud hacia los profesores en nuestra sociedad actual. Como dice algún filósofo, el alumno es ingrato por naturaleza.

Siempre me ha parecido admirable lo escrito por Albert Camus a su maestro, Sr. Germain:

“… (el premio Nobel) me ha permitido la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y su corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”

Siempre tengo presente las palabras de mi primer y único maestro de enseñanza primaria, Jacinto de Vega, en una escuela unitaria, allá por los años 50, resaltando la labor del maestro:

“Instruye, educa y, en vigilia tensa,

funda, crea, trabaja y modifica;

informa, orienta, corrige y edifica,

con amor que no espera recompensa”.

Es cierto que no es fácil la labor pedagógica en nuestro tiempo. La doble tarea encomendada a los docentes de instruir y educar se hace cada vez más complicada.

Desde Herbart, ambas funciones no pueden darse de modo aislado. Sin embargo, instruir sin educar es una tarea más frecuente en nuestra sociedad de la información, de manera que se puede aprender a lo largo de toda una vida sin que ello suponga que se esté educado.

Más difícil es educar sin enseñar al mismo tiempo, porque una educación sin instrucción puede quedarse en una actividad meramente emocional que no llegue a influir en una verdadera construcción de la persona.

Hoy día la sociedad vuelve su mirada a los profesores y centros escolares para que resuelva los numerosos problemas sociales que la perturban casi a diario: el racismo, la violencia, la desigualdad social, la intolerancia, el cambio climático, etc.

La familia cada vez se ve más impotente en lo que es una formación en educación cívica y social, descargando sus propias limitaciones en la escuela. Hay una deserción familiar y social en muchos aspectos que se transforma en una exigencia a los profesores y que muchas veces no pueden resolver.

Ello produce cierto escepticismo y desánimo en la capacidad de la función educadora transformándola en tarea frustrante e insatisfactoria para muchos docentes.

Pero el escepticismo como actitud no sirve una vez que el profesor está en el aula, ahí asume su responsabilidad social de servicio y pone de su parte todo el valor y el coraje, como dice Savater, porque cree que las personas se mejoran unas a otras por el conocimiento.

En mi experiencia profesional, he seguido una máxima, que también he visto en muchos docentes: “Por mí, que no quede”. Son muestras de ello:

Mi compromiso profesional en la atención y docencia con alumnos de procedencia socioeconómica desfavorecida y con dificultades escolares en el ámbito rural.

Mi participación, junto a compañeros y profesores, en la implantación de las distintas leyes educativas.

Mi participación como coordinador en el Plan de Educación Compensatoria promovido por el MEC en la provincia de Cáceres en el periodo 83-87 y que motivó la visita del entonces Presidente del Gobierno y Ministro de Educación (Sres. González y Maravall).

Mi preocupación por la convivencia y los valores cívicos y sociales me motivó en la elaboración de un Proyecto de Celebraciones Pedagógicas que desde la Dirección Provincial de Educación se puso en marcha en el curso 92/93, y que continúa en el Calendario escolar de la Consejería de Educación.

Quiero destacar la gran colaboración que ha existido por los centros escolares y muchos profesionales docentes que organizan actividades como Días o semanas de la Paz, Constitución, Estatuto, contra el racismo y la discriminación, la salud, Europa, el medio ambiente, etc.

Mi interés por la lectura me llevó siempre al fomento de las Bibliotecas escolares y a la elaboración de Celebraciones lectoras.

Mi participación en proyectos comarcales comunitarios como el del “Geoparque Villuercas, Ibores y Jara, colaborando con profesores, autoridades municipales y provinciales en el ámbito educativo.

La colaboración como coordinador del documento “Orientaciones educativas para la convivencia y contra el acoso escolar”, demandado por la Consejería de Educación.

Otros muchos proyectos y actividades donde siempre encontré la generosa dedicación y colaboración de muchos profesores a lo largo de todos estos años, que forman parte de la intrahistoria personal que he vivido con la satisfacción del cumplimiento del deber profesional.

Pero de entre todas las actividades y experiencias vividas, siempre recordaré en mi memoria el haber enseñado las primeras letras a un chiquillo de unos diez años, allá en los regadíos del Tiétar, que descubría alborozado a interpretar los signos y palabras de nuestro idioma y superando la humillación que le suponía ante sus compañeros su ignorancia.

 

 

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