“Las proposiciones matemáticas, en cuanto tienen que ver con la realidad, no son ciertas; y en cuanto que son ciertas, no tienen nada que ver con la realidad.”
Albert Einstein (1879-1955) Físico alemán
Nací el 28 de agosto de 1955 en Cabezuela del Valle, uno de los lugares más bonitos del nuestra querida Extremadura. Allí pasé mi infancia. A los 12 años, para continuar estudiando, tuve que irme a Plasencia.
Cuando alguien me preguntaba: ¿Qué quieres ser de mayor? Mi respuesta siempre era la misma: “Maestra”. Mis ilusiones se cumplieron al llegar a Cáceres, ciudad que adoro, para realizar mis estudios de Magisterio.
Como docente empecé en Zarza de Granadilla, luego en Valdefuentes, en la Escuela Hogar de Plasencia, en Aliseda, en Grimaldo y por último en el C.E.I.P. Moctezuma de Cáceres. Mis experiencias han sido gratificantes y nunca me he arrepentido de la decisión que tomé al elegir mi profesión.
Mi etapa en Grimaldo fue muy especial.
Cuando llegué al pueblo me encontré una escuela que, desde el exterior, no se podía identificar como tal. Era una habitación cuadrada, con el suelo de cemento y ventanas con marcos de hierro oxidados. La calefacción,una estufa de leña, que había que encender antes de que llegaran los niños. El aseo estaba fuera, en el “Corral de la Pacheca”, había que salir a la calle para acceder a él. Allí se hacía el recreo, el baile los días de fiesta y se ponían los puestos del mercadillo, ya que el pueblo carecía de tiendas.
El techo, en pésimas condiciones, no resistió el primer temporal de lluvias y se hundió. Cuando se adjudicaron las partidas para reformarla el alcalde de Cañaveral quiso desviarlas para cumplir promesas electorales. Tuve que luchar mucho, pero con la ayuda del pueblo, el respaldo de la Dirección Provincial y la gestiones en Mérida se consiguió.
En el aula se hacían representaciones y todo el mundo acudía al teatro. Los vecinos querían colaborar y al terminar la actuación los abuelos pasaban la gorra; decían que el dinero era para las excursiones.
Visitamos Madrid, Mérida, Plasencia, Cáceres… Siempre a poblaciones con estación de tren, pues al ser tan pocos alumnos, nunca pasamos de doce, no se podía contratar otro medio de transporte. Para algunos niños eran sus únicas salidas.
Allí la maestra era toda una institución. Los vecinos acudían pidiendo ayuda para rellenar un simple impreso o para cualquier cosa. La escuela era rural en todos los aspectos.
Nunca pensé jubilarme, pero cuando llegó el momento comprendí que había que dejar paso a las nuevas generaciones. Seguiré siendo maestra toda la vida porque creo que esto se lleva en el corazón y allí debe permanecer para siempre.