“Ese precioso y necesario don del sentido común, que es el menos común de los sentidos.”
Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) Escritor español
Comenzar, cómo no, dando las gracias por este reconocimiento que se nos hace a los enseñantes jubilados. Pero he de manifestar que este galardón lo siento no tanto como algo personal, sino como un homenaje a la enseñanza en general, porque los que nos hemos dedicado a este noble oficio hemos perdido casi toda vanidad. Como decía un viejo profesor:
La enseñanza lima y quita relumbrón, los niños igualan.
Honra a la esa Consejería homenajear a la enseñanza en las personas de sus docentes. Decía don Alejandro López de Sena, insigne maestro de Almendralejo, allá por el año 1924:
"El desnudo entarimado del aula, tiene para el maestro más aprecio y valor que alfombrados salones… En aquel mísero y reducido escenario alcanza más conquistas para el progreso humano que el guerrero en las batallas sangrientas".
Sirva esta cita del pasado para recordar a los que nos precedieron, porque somos producto de nuestro pasado, lo que ahora es la enseñanza se la debemos a ellos. Nosotros somos un eslabón más, simples depositarios del legado que nos han dejado para construir la historia de la enseñanza en nuestra tierra.
Los que hoy nos despedimos, comenzamos nuestra vida profesional en la década de los 70. En aquellos momentos estaba surgiendo en el país una escuela distinta, porque distinta era la sociedad. Se había producido una ruptura con los valores del franquismo. Los medios de comunicación, el turismo, las mejoras económicas y, por encima de todo, el nivel educativo de la población, habían obrado el milagro. Se acababa de promulgar la Ley General de Educación de 1970 o ley de Villar Palasí, que hizo realidad el principio de obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza.
Nosotros quedamos atrás la vieja escuela en la que habíamos aprendido. Y con la vieja escuela se fueron: los tinteros, los pizarrines, la costura, los cánticos, el izado de banderas, las cuatro reglas, el Catón, la Enciclopedia Álvarez, el negrito del Domund…y el retrato de Franco. Quedó lo que siempre permanece en el aula: la risa, los juegos, la inocencia, las ganas de aprender, los primeros amigos…
El papel del profesor ha sufrido un cambio radical en los últimos años. Hemos asistido perplejos a un número considerable de leyes educativas, que no siempre mejoraban la anterior. Pero por encima de ellas el maestro siempre ha sabido que, antes y ahora, el oficio de enseñar es delicado.
La enseñanza es una mediación entre la ignorancia y el saber, entre la confusión y la razón, entre las tinieblas y la luz. Ignorancia, confusión y tinieblas en las que inicialmente está todo hombre. Es el maestro el que, con oficio, sabiduría y paciencia, ayuda, conduce y guía en el tránsito.
Ser maestro es una actitud ante la vida, es creer en el hombre, en la capacidad del ser humano en mejorar. La educación es un compromiso ético y social. Ahora en el nuevo siglo, el término vocación está obsoleto, suena a rancio y retrógrado, pero los que venimos del aula sí sabemos que la enseñanza, para que sea tal, necesita entrega, dedicación, sentido del deber y responsabilidad.
Cuando se está al final del camino, uno siente ese afán tan humano, de transmitir lo vivido, de que algo perdure, y se rebosan las ganas de decirlo y gritarlo a los que te sucederán. Quieres que ese bagaje les sirva: contagiarles la ilusión, la entrega, el compromiso y la fe en el niño y su proyección de futuro. Echo de menos el don para comunicar el gozo que me han proporcionado estas cuatro décadas en la enseñanza. Hago mías las palabras de Carlos V a su hijo Felipe II: Para gobernar bien se necesitan tres cosas: conocimiento, experiencia y conciencia. Donde decimos gobernar, decimos enseñar. Pero recordando que, el conocimiento nos lo dan los otros, la experiencia la da el oficio, pero la conciencia solo depende de nosotros.
Gracias a esa Consejería en mi nombre y en el de todos los que nos precedieron.