“He ofendido a Dios y a la humanidad porque mi trabajo no tuvo la calidad que debía haber tenido.”
Leonardo Da Vinci (1452-1519) Pintor, escultor e inventor italiano
SAUCEDA DE PINOFRANQUEADO (CÁCERES)
La noble actividad de la docencia ha sido como un resumen de mi vida: treinta y siete años deambulando por la amplia geografía extremeña (Baterno, Mérida, Zafra, Pinofranqueado, Cadalso, Montehermoso, Coria y vuelta a Pinofranqueado), aprendiendo de la experiencia y tratando de despertar lo más positivo y florido de las capacidades de los alumnos que me tocaron en suerte. Vine a la profesión para quedarme en ella; en ella permanecí hasta que llegó el momento de sentir la proximidad de la línea que delimita el terreno de considerar que el deber se ha cumplido. Salí de mi pueblo, descubrí nuevos horizontes profesionales por pueblos que desconocía, para finalmente retornar a ejercer en el pueblo que me vio nacer y me vio jubilar. Y aquí sigo, por cuestiones de querencia y apego a la propia tierra.
A lo largo de mi vida profesional me propuse explicar tan bien y de forma tan asequible -noble propósito- que era como si bosquejara el pensamiento a través de minuciosos y esclarecedores dibujos de palabras. ¿Hasta qué punto lo logré? Eso le correspondería contestarlo a mis alumnos; pero la intención estuvo siempre presente en mi actividad de docente.
El encontrarte con antiguos alumnos -a muchos de los cuales casi ni conoces, puesto que cambiaron mucho desde entonces- que te saludan con la cara radiando de encanto, que te llevan a rescatar del poso de los recuerdos curiosas anécdotas, que te hacen participar con emoción de sus carreras felizmente terminadas y de su satisfactoria inserción en el mundo de la vida laboral, compensa de los sacrificios de las horas de docencia en las aulas y de los engorros que ha supuesto la realización de las interminables y tediosas sesiones de tareas burocráticas asociadas al desempeño del trabajo colegial.
Van pasando lo años; los momentos de las jornadas de trabajo quedan atrás -menos nítidas las de los primeros tiempos-, pero el recuerdo de los alumnos queda grabado en las profundidades del sentimiento -nunca se olvida-. Releo en el cuadernillo de la memoria y ahí están, los más mayores, los más pequeños, los más obedientes, los más traviesos, todos, sin excepción.
No se me olvida la anécdota de una alumna que me comentó por las redes, con motivo de mi jubilación: “¡Hay que ver con cuanto cariño nos recuerda!” Era de la escuela de Baterno, mi primer puesto de trabajo como docente, año de 1983.
Sus cariñosos recuerdos se irán conmigo.