“Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber.”
Confucio (551-479 a. C.) Pensador chino
Como todo en esta vida llega a su fin, también ha llegado a su término mi vida laboral y por eso es ahora cuando toca hacer unas cuantas reflexiones.
Nací en Orellana la Vieja, viví y crecí en una familia numerosa llena de gritos infantiles y ruidos estrepitosos para todo impregnado de amor y paz.
No eran tiempos de estudios, solo los básicos, en el nivel socio-económico en que nosotros nos desenvolvíamos. Así que mi madre, mujer callada y humilde, me destinó desde muy pequeña a que de mayor fuese modista, debido a mis habilidades manuales.
Pero crecí… y con la edad de 14 años abrieron en mi pueblo el Colegio Libre Adoptado, por lo que mi padre, hombre inteligente y audaz, vio la oportunidad de que sus hijas cursaran estudios y persiguieran una mejor formación. Así fue como cambié tijeras y agujas por libros y cuadernos.
Siempre agradeceré a mi padre este gran acierto que hizo que fuera maestra, trabajo que tanta satisfacción me ha dado.
En 1978 terminé mis estudios de Magisterio en Badajoz junto a mis inseparables amigas Graci, Juani y Maribel, y al año siguiente aprobé las oposiciones.
Fue en marzo de 1980 cuando comencé por primera vez a trabajar en Santa Colona de Gramanet, Barcelona, y después de tres años volví a mi añorada Extremadura, a Villamiel, un pueblecito de la Sierra de Gata del que guardo gratos recuerdos y todavía tengo amigos.
Después Navalvillar de Pela, Los Guadalperales y por último, Orellana, donde he desempeñado, hasta mi jubilación, mi tarea como docente.
Tengo que decir alto y claro que todos los días han supuesto para mí un gran reto. He desempeñado mi labor con entusiasmo e ilusión pretendiendo inculcar en mis alumnos el mismo estilo y haciéndoles ver que trabajando con alegría, constancia, esfuerzo y perseverancia se consigue todo lo que pretendas en la vida.
Me llena de emoción cuando me cruzo con ellos por la calle y unos saludan con cariño, otros con timidez y algunos me decepcionan viendo como se olvidaron de esos años compartidos. Pero todos me dejaron una huella imborrable, son un trocito de mí y me siguen dando vida.
Sé que si volviera a nacer y tuviera la misma oportunidad, volvería a ser maestra.
Me jubilo con la certeza de saber que he gozado de una gran profesión y la tranquilidad, el placer, y la seguridad del deber cumplido.