“La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás”
Tales de Mileto
Mi vida dedicada a la enseñanza la empecé muy joven, pues mis primeros cuatro años fueron como Maestra Nacional, labor que desempeñé en La Línea de la Concepción, Malpartida de Plasencia y Vegaviana, años llenos del entusiasmo juvenil.
En 1972 me matriculé en Filosofía y Letras, y posteriormente en la especialidad de Filología Hispánica. Desde entonces, he ejercido como Interina, Agregada por oposición y Catedrática por Acceso. Mis lugares de trabajo han sido El Brocense, Montánchez, Alcántara, Mérida (Santa Eulalia) y los últimos veintidós de nuevo en El Brocense.
Experiencias fueron, relativamente pocas en lo que se refiere al mundo de las clases, si bien fueron muchas y muy beneficiosas en lo profesional y personal pues durante los ocho años en que estuve viajando, íbamos varios compañeros en los viajes e intercambiábamos no sólo aspectos de nuestra vida, sino con mucha frecuencia de la profesión. Instalada ya en El Brocense he ayudado, orientado y animado a algunos alumnos interesados en la escritura.
Anécdotas, como es fácil comprender, innumerables. Y al haber pasado por las distintas edades: párvulos, adolescentes y mayores de edad (en el Nocturno y Distancia) las ha habido de todas clases. Con los parvulitos, cuando las clases empezaban a las tres de la tarde, me emocionaba cuando dos, tres, cuatro cabecitas se iban agachando hasta quedarse dormidos y ¿quién tenía ánimos para despertarles y darles un susto? En cuanto al Bachillerato, sobre todo con el Nocturno, he tenido cursos con los que he congeniado y hemos compartido unos dulces en mi cumpleaños, lecturas poéticas con la intervención de los lectores y los comentarios y glosas de quien quisiera participar, hemos hablado fuera de clase, en recreos, al final de las clases, algunas veces casi cotilleado y siempre con el mejor ánimo por parte de todos. Y al llegar la jubilación, unas flores, montones de despedidas escritas, dedicatorias, deseos de que la jubilación fuera agradable. Como he dicho al principio, innumerables. Y debo indicar que mi trato con los alumnos mayores ha sido mucho más personal que cuando di las clases a adolescentes. Está muy claro, o así me lo ha parecido, que el adolescente nos ve mayores y casi tan sólo como quienes les explican su asignatura, en tanto que los de estudios nocturnos nos ven más como personas con quienes no sólo se puede hablar de Literatura o Matemáticas, sino cuando llega el momento, de cuestiones menos académicas y más personales.
Como último punto, quiero declarar que he sido muy feliz en mi trabajo. Que enseñar a los parvulitos a empezar saber comportarse de manera sencilla y educada; de enseñarles las primeras letras y los primeros números fue una experiencia viva que me ilusionó. Luego, con los adolescentes he tenido a veces que luchar un poco pues su edad era un poco contestataria aunque al final vencía el lado bueno. Y con los mayores ya lo he dicho todo: comunicación, entendimiento y afecto, además de enseñanza.