“La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño.”
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán
Sigo recordando sus ojos, su mirada de asombro, su sonrisa sincera. Llegó con el curso ya iniciado, pocos días antes de que la Navidad llenara la escuela de adornos y brillantina. Venía de un país no muy lejano y dejó atrás un lecho de cartones debajo de un puente. Pronto comenzó a comunicarse con el resto de niños y niñas. Sus palabras sabían a algodón de azúcar cuando mezclaba las dos lenguas tan sonoras, tan dulces. La niña extranjera tenía los ojos de un color verdoso casi azul a veces y la piel morena, curtida por una vida a la intemperie.
Poco a poco conocí su historia y la de su familia. Una historia marcada por la miseria y el estigma social que perseguía su infancia y la de sus hermanos. Una vida nómada y un pasado lleno de interrogantes. La niña llegaba todos los días a la escuela contenta aunque las ojeras delataran su falta de sueño y su cabello enmarañado la falta de un peine . Llegaba de la mano de sus hermanos pequeños y al entrar en clase me sonreía.
-¿De qué me has hecho hoy el bocadillo seño?-
- ¿Mis hermanos también tienen?-
Después de tanto tiempo sigo recordando su mirada de asombro ante todas las actividades que realizábamos en clase. Nunca la vi llorar. Contaba extrañas historias a sus amigos y amigas del cole. Historias que los demás no entendían muy bien. A veces me dejaba peinar su pelo ondulado y ponerle una diadema. A veces me llamaba mamá. A veces cuando sonaba el timbre que daba por finalizada la jornada me decía: -llévame a tu casa seño-.
Sigo recordando sus ojos verdes y me pregunto dónde estará ahora. Antes de finalizar el curso la niña y su familia desaparecieron sin decir adiós. En la clase quedaron sus dibujos, sus fichas, sus ceras de colores y su mirada de asombro.
Quiero creer que durante el tiempo que la niña estuvo en el colegio se sintió segura y que la escuela fue para ella un lugar amable donde pudo vivir parte de su infancia.
Creo, estoy segura de que la Escuela Pública no hace milagros pero ofrece la oportunidad a todos los niños y niñas, sea cual sea su procedencia, de velar porque se cumplan los derechos de la infancia. Quiero pensar que al menos la niña de tez morena y sonrisa abierta se sintió a salvo de todos los monstruos que rodeaban su vida.
Ojalá que la Escuela Pública siga siendo el lugar donde podamos recortar las desigualdades sociales a través de una educación basada en el respeto y la justicia. Ojalá la ESCUELA PÚBLICA donde he pasado toda mi vida profesional pueda seguir dando oportunidades y afecto a todas las niñas como la pequeña de ojos azules o verdes.
Manuela González Cañamero
Miajadas 2023
Y tú llegas como todas las mañanas con la programación hecha, con sus objetivos, con sus actividades, con su evaluación. Y te has pasado la tarde anterior en tu casa revisando la PGA, el nuevo currículum, el calendario escolar con sus celebraciones pedagógicas etc. Y llegas a la escuela respirando hondo y sonriendo a ese grupo de niños y niñas que cada día se ponen ante ti. Y comienzas la tan conocida Asamblea donde supuestamente se revisan las rutinas diarias y se llega a acuerdos. Y cuando estás gesticulando, como si fueras la mejor actriz de teatro del mundo para mantener la atención de tu público, un niño se levanta y grita:
¡ “Melones y sandías”!.
Y toda la aparente paz de esa asamblea se desestabiliza porque a un niño no le interesa nada lo que tú has programado siguiendo los mandatos de la consejería de educación, el ministerio y el gobierno de turno.
Al niño, al que le está costando la adaptación al colegio ,no le motiva para nada que estés trabajando por proyectos, por unidades didácticas o por situaciones de aprendizaje. El sólo quiere hablar de melones y sandías. Y es entonces cuando tú dejas a un lado tu horario diario con las rutinas y actividades cuidadosamente programadas y cuadriculadas y te diriges al niño que grita:
- Cuéntanos eso de los melones y sandías-.
Y es en ese momento cuando aparece la magia de ENSEÑAR. Nos habla de la profesión de su familia: vendedores ambulantes en mercadillos. Y es entonces cuando el aula se convierte en un gran mercado donde los niños y las niñas juegan a comprar y a vender todo tipo de artículos. Y sumamos, y restamos, y escribimos a nuestra manera la lista de la compra y una receta de cocina. Y el niño que gritó en la asamblea y al que le cuesta venir a clase se siente un poco protagonista porque ha enseñado a sus compañeros y compañeras el precio de los melones y de las sandías que vende su abuelo en el mercadillo.
Eso ha sido para mí el oficio de maestra: Hacer protagonistas a niños y niñas de su aprendizaje. Improvisar clases, crear espacios, imaginar, escuchar, amar, respetar ritmos, flexibilizar objetivos.
Manuela González Cañamero.