“Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”
Immanuel Kant
Desayunábamos en un bar, se acerca un hombretón de unos treinta años y me saluda ante mi asombroso desconocimiento: hizo un sucinto repaso de mi persona por su vida y en aquella mañana se produjo el fogonazo de mi existencia profesional.
Vuelto del servicio militar me llaman para trabajar en Montijo desde abajo, asignado a una calase de párvulos en el C.P. Padre Manjón con warter unisex y sin papel higiénico. Cuarenta días después pasé al C.P. Virgen de Barbaño para impartir clases en la segunda etapa de E.G.B.; me adapté al cambio a la vez que preparaba las oposiciones.
El verano de 1976 cambió mi vida: aprobé las oposiciones y, destinado a Villar del Rey, mantuve los mismos alumnos durante dos cursos y de cuyo recuerdo me queda el trato de los compañeros.
El paso a propietario definitivo puedo calificarlo de traumático: sin quererlo, me vi ubicado en un pueblo del Vallés catalán rodeado de compañeros de todas las regiones; me proporcionó la oportunidad de conocer Barcelona y aprender un poco el catalán.
El susto del 23 de febrero de 1981 me hizo participar en el concurso de traslados y me destinaron a Llera. Buscar casa durante el tórrido verano fue toda una aventura. Fueron diez años de cambios internos y externos: la llegada de la informática, los cursillos, la obra del edificio vivida con la responsabilidad de director, el ingenio de los alumnos y, sobre todo, la cercanía de las familias.
Por imperio de los hijos, otra vez rellenando los impresos para pasar a Olivenza, al colegio público primero y al primer ciclo de la ESO después; dieciocho años entregado a la disciplina en las aulas, impartiendo clases de Inglés con el especial recuerdo a un claustro muy numeroso y al esfuerzo por los alumnos menos aventajados.
Mi último destino ha sido el IES Maestro Domingo Cáceres de cuyos alumnos y compañeros conservaré siempre un hermoso y sentido recuerdo.
Bendigo la hora en que decidí seguir los pasos de mi padre y dedicarme a la enseñanza; por inculcar en mí el valor del esfuerzo y la responsabilidad en el trabajo, los dos pilares en los que se ha basado mi vida profesional, objetivos que me han proporcionado la amistad de los compañeros, el cariño de los alumnos y el aprecio de los padres.
Con los compañeros he procurado siempre llevarme bien: en las reuniones creo que he contribuido a crear un clima de buen rollo y armonía.
Con los alumnos reconozco que he sido severo, serio, intentando sacar en todo momento lo mejor de cada uno desde el respeto, la comprensión y el cariño.
Con los padres, colaboración y consejo, cuando se me solicitaba.
En estos cuarenta años de docencia he aprendido a ser paciente porque cada alumno tiene un ritmo de aprendizaje que hay que respetar; a estar cercano con aquellos que por causas familiares son más vulnerables; pero por encima de todo, a jugar a ser niño.