“La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás”
Tales de Mileto
Soy maestra por vocación. Si volviera a nacer, volvería a dedicarme a este hermoso cometido. No lo llamo profesión.
Fui niña de pueblo –de lo que me siento muy orgullosa- donde tuve mis maestros que despertaron en mí el deseo de ser como ellos.
En 1966, con diez años, salí de mi casa por primera vez. Me trasladé a un internado en Badajoz porque entonces no había otra manera de estudiar una carrera. Allí pasé los diez mejores años de mi vida.
En 1976 tenía mi título que rezaba así: Diplomado en Profesorado de Educación General Básica. Especialidad en Lengua Española e Idiomas Modernos.
También tenía mucha ilusión por empezar a trabajar.
Y empecé en noviembre de ese año.
Geográficamente hablando mi hoja de servicios es muy corta: tres meses en un pueblo, cinco años en un colegio de Badajoz y 35 años en un pequeño pueblo de esta provincia.
Estos cuarenta años han dado para mucho.
He conocido varias leyes educativas, diferentes gobiernos estatales y autonómicos, distintos modelos educativos, padres de los de antes y padres de ahora… hay diferencias entre ellos. Las mismas que hemos experimentado en nuestra sociedad en estos cuarenta años.
Materialmente hablando, los colegios tenían pocos recursos; se carecía a veces hasta de unas infraestructuras dignas. Pero eso se suplía con vocación y ganas. Hoy tenemos centros bien acondicionados y dotados, pero la insatisfacción es a veces mayor. Lo que nos lleva a pensar que lo material no es realmente lo más importante. Sí lo es el factor humano: padres, maestros y alumnos, tres pilares fundamentales interrelacionados que deben caminar en una dirección y con el único objetivo de formar personas capaces y autosuficientes para desarrollar una vida feliz en esta sociedad cambiante.
He tenido compañeros magníficos que me han enseñado mucho. He tenido padres que me han ayudado y han confiado en mí. He tenido alumnos de todo tipo; pero todos, ante una palabra de aliento, de cariño, me han pagado con su mejor sonrisa. En ese momento, todo se da por bien empleado.
He dado clase de todo y a alumnos de todas las edades: ciencias, artística, religión, educación física, educación infantil…y me siento feliz de haberlo hecho.
Creo que el maestro debe estar al servicio de los niños entendiendo ese servicio como estar a su disposición para desarrollar en ellos las capacidades que tienen y convertirlos en mejores y más felices personas.
He pasado de la tiza al ordenador y a la pizarra digital.
He pasado por equipos directivos y he sido la única componente de ese equipo durante muchos años. Desde éstos he trabajado duro para hacer de la vida en el centro algo vivo, comprometido y eficaz para el desarrollo de los alumnos. Ha sido duro pero gratificante; con errores y aciertos pero, en todo caso, aprendiendo de ellos.
Pero los niños…siguen siendo niños, merecedores de nuestro mayor y mejor compromiso y esfuerzo. Seguid con ánimo compañeros. Seréis felices. Yo he sido muy feliz en la escuela.