“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.”
Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) Misionera
No hace mucho tiempo que estoy jubilada y es por esto que no acabo de hacerme a la idea de dejar de ir a la escuela como lo he estado haciendo durante casi treinta y siete años para ejercer de maestra. Maestra sí,siempre quise serlo desde pequeña. Mis juegos y mi imaginación corrían hacia la enseñanza con mis hermanos y amigos en principio, y mis ahorros de unas pesetas se destinaban a la compra de un paquete de tizas para escribir en puertas y ventanas viejas a modo de pizarra hasta que el dinero me dio para comprar una de verdad.
Estaba bastante claro que soy maestra por vocación. Mi trabajo siempre ha estado encaminado en querer contribuir a una sociedad mejor, formando niños y niñas para la vida, dotándolos de las herramientas necesarias para que ellos puedan desarrolllarse a través de la educación, favoreciendo el desarrollo de su capacidad crítica para que el día de mañana sean ciudadanos libres comprometidos con la cultura y el progreso. Esto, que dicho así parece fácil, no lo es en absoluto. Exige una gran responsabilidad y dedicación por nuestra parte. Siempre he pensado que teníamos el futuro de la sociedad en nuestras manos, porque los niños son el futuro. Una sociedad donde todos tengan cabida, donde sea una realidad la igualdad entre hombre y mujeres, donde se pueda convivir en paz y el respeto sea la seña de identidad entre las personas. Por tanto mi trabajo siempre ha estado también orientado hacia una educación en VALORES, que tanta falta hace hoy. Decía Ellen Kely, maestra y pedagoda sueca, precursora de la Escuela Nueva, que "perder el tiempo en educación, es ganarlo"; y mis alumnos espero que lo hayan ganado en esfuerzo, responsabilidad, respeto a los demás, sentido de la justicia social y tantos otros valores como hemos tratado en nuestras clases de acción tutorial.
Qué decir de las anédotas, hay una que aún permanece en mi recuerdo y que ocurrió al comienzo de mi carrera en el pueblo de La Haba. Había un alumno que poca veces venía a clase y cuando lo hacía nadie quería sentarse con él, era mayor que el resto, lo que hacía suponer que no iba bien en el estudio. La razón no era otra que su falta de higiene y su aspecto muy descuidado, reflejo de su problemática familiar. Lo tenía muy fácil, le llevé gel, esponja, toalla y alguna ropa de mi hermano. Le hice comprender la importancia de los hábitos de higiene, lo necesario que era venir a la escuela para aprender y lo contento que se iba a sentir de sus logros. Mientras permanecí allí, las faltas de asistencia fueron desapareciendo y veía que se esforzaba por aprender. Al cabo de un tiempo recibí en mi casa una carta de ortografía complicada donde me agradecía su padre, desde la cárcel, el cambio de su hijo. Esto no lo olvidaré nunca porque fue la motivación más grande que tuve para mi futuro trabajo, la ilusión de estar aportando mi granito de arena a la sociedad y que ha permanecido en mí hasta ahora.